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  • Writer's pictureRyan Hillblad

El fantasma de Augusto

La hermana nación tras los Andes está en llamas. El país se encuentra convulsionado por los disturbios más graves que ha experimentado desde el retorno de la democracia. Para unos, se trata una guerra contra un enemigo sin cara, para otros, el despertar de un pueblo.


En 1990 Chile volvió a la democracia, pero yo considero que dos elementos continuaron inalterados desde la dictadura hasta el día de hoy y que contribuyen a explicar esta crisis. Por un lado, la impunidad y violenta represión de las fuerzas armadas, y por otro el modelo de apertura económica y neoliberalismo impuesto desde los días del dictador Augusto Pinochet.


En primer lugar tenemos que analizar las llamas y las balas de goma. Por un lado grupos muy radicalizados de manifestantes han causado muy serios grados destrucción a edificios públicos y medios de transporte (lo cual es necesario condenar) mientras que protestan contra políticas del gobierno. Al mismo tiempo, cabe destacar que la mayoría de las protestas y de sus integrantes han sido pacíficos con claros reclamos como: una mayor equidad, mejores servicios públicos y mejores salarios.


El gobierno de Piñera respondió con un inusitado grado de represión y brutalidad que está dejando a la región y al mundo boquiabierto. Rápidamente se decretó el estado de emergencia y sitio, suspendiendo libertades constitucionales y decretando toques de queda. El presidente mismo ha declarado que el país se encuentra “en una guerra”, mientras se rodeaba en conferencia de prensa por generales en traje de batalla.


Las fuerzas de seguridad han cometiendo graves abusos de autoridad y excesos de violencia. Hasta ahora y según el Instituto Nacional de Derechos Humanos de Chile, hay más de 40 denuncias penales por torturas, detenciones ilegales y violencia sexual, y un total de 170 personas heridas por armas de fuego.


Llegan imágenes de Chile en donde vemos a policías de civil disparando a multitudes, arrestos sin identificaciones, golpizas a manifestantes esposados y una prepotencia impune. Esto es contrastable con el accionar de la policía francesa contra el movimiento de los chalecos en Francia a comienzos del 2019, quienes en algunos casos cometieron destrozos similares y la fuerza fue usada la fuerza de manera racional y proporcionada.


La fuerza pública chilena evidentemente no se ha acostumbrado a funcionar en democracia y por eso rápidamente necesitó de un levantamiento de ciertas libertades constitucionales para reprimir de una forma que no se veía en la región en mucho tiempo. Esta conducta considero es producto de una falta de un proceso de responsabilidad y juicios contra sí misma luego de la atroz dictadura del general Pinochet.

El presidente Piñera junto a militares

En un segundo lugar de análisis, estamos viendo las consecuencias de un proceso económico instaurado desde la última dictadura militar. Una apertura económica que generó un gran crecimiento económico y reducción de la pobreza mediante la exportación de materias primas en general y minerales en particular. Queda claro sin embargo que crecimiento no es lo mismo que desarrollo.


El sistema chileno se encargó de crear una terrible desigualdad de ingresos donde el 50% más pobre de la población se queda con el 2,1% del PBI y el 1% más rico con el 26,5% (según la CEPAL). Así mismo la economía ha desarrollado un sistema privado de pensiones que son increíblemente bajas y una muy endeudada clase media que vive en un clima de incertidumbre. El sistema público de salud al que concurre un 80% del país está colapsado y solo acceden a buena cobertura los sectores más pudientes.


El modelo chileno, sirvió para reducir la pobreza, pero no para distribuir lo producido en el país, generando un enorme pasivo social que ahora está pagando el gobierno de Piñera. La esposa del mandatario en un audio privado confesó en un acto de ingenua honestidad que “vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”. La elite chilena sabe que han sido los grandes beneficiados del modelo.


La respuesta del presidente, furibunda y poco meditada de dar rienda suelta a las fuerzas de seguridad y armadas, prueba que en el inconsciente chileno todavía no ha quedado saldado como comportarse en democracia frente a la disidencia. Claro está que hay que resguardar la cosa pública y el orden, pero otra cosa muy distinta es declarar la guerra al propio pueblo y sacar los tanques a las calles.


Las imágenes de Chile retrotraen a la región a una etapa siniestra. En necesario condenar la violencia de los manifestantes, pero las demandas sociales y económicas son muy reales, como así también la violencia feroz del Estado. Chile debe de una vez por todas enterrar a los fantasmas de la dictadura.

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