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  • Writer's pictureRyan Hillblad

El partido unido jamas sera vencido

El peronismo es un partido de poder, organizado para gobernar, con dos principios que le han permitido ser la principal fuerza política de la Argentina desde 1945: la unidad y el verticalismo. Hoy, tanto la crisis económica como la sanitaria se ven exacerbadas porque el actual gobierno peronista no ha logrado estructurarse como un proyecto común de hegemonía.


Desde 1945 el peronismo tuvo tres momentos fundamentales de consolidación hegemónica a su interior con claros liderazgos e ideas, hoy eso no es así. Perón primero, luego Menem en los 90 y más recientemente la década kirchnerista con el matrimonio presidencial marcaron la historia Argentina. Dentro del peronismo reina la idea del líder vertical que es ungido gracias a sus victorias electorales y conducción, que ordena la política de manera regia y dispone la política a seguir.


En el año 2019 el peronismo logró derrotar a Mauricio Macri, a través de la construcción de una unidad que nuclea tanto: a los sectores de la izquierda del partido como La Cámpora, la derecha de Massa y la liga de gobernadores del interior. El imán que los concilia es Alberto Fernandez, un eterno jefe de gabinete, que no logra crear para sí un poder presidencial ni un proyecto común que organice el partido detrás suyo. El principal problema del presidente es que gobierna con los votos prestados de la ex presidenta Cristina Kirchner. La ex mandataria eligió a dedo al candidato con el claro objetivo de lograr la unidad peronista, condición necesaria para ganar las elecciones y así poder volver a la (vice)presidencia.


Una cosa es ganar una elección y otra muy distinta es gobernar como unidad. En esta amalgama de fuerzas, hoy reina la confusión, las peleas y la división. No existe un corpus de ideas claras ni un líder que organice a la tropa, para lograr el principio fundamental de verticalidad en la conduccion. El “movimiento” puede ser muchas cosas, pero internamente no es democratico, necesita un jefe supremo, con un claro proyecto económico y social. Cada quien con lo suyo.


En sus orígenes, Perón marcó la genética del partido con una ideología multiclasista y redistributiva. En los 90 Menem impuso un liberalismo privatizador apoyado por los sindicatos. Finalmente la década pasada fue el turno del matrimonio de hierro y su nac & pop, hoy, sin embargo, reina la incertidumbre. La única manera de organizar un poder en el cual la presidencia y el poder no son la misma cabeza es a través de elecciones. Las elecciones legislativas del año que viene podrían ser la prueba de fuego. La posibilidad de que el gobierno se parta existe, pero hoy, lo más probable es que ocurra una lucha fratricida por la confección de las listas, resultado de las cuales nos darán una respuesta sobre quién gobierna en la Casa Rosada realmente.



Históricamente, las elecciones dirimen y resuelven liderazgos en el peronismo. En la única interna democrática del partido en 1989, Menem se impuso sobre Cafiero y dominó el partido por más de una década. En las elecciones legislativas de 2005 Nestor con Cristina terminaron de enterrar el liderazgo de Duhalde en las elecciones legislativas, con la victoria de la ex presidenta sobre Chiche Duhalde en la provincia de Buenos Aires. En la Argentina de hoy, quizás esto se resuelva en las legislativas de 2021. Sin embargo, se presentan problemas nuevos, dado que nunca antes la disputa por el poder se daba con ambas cabezas en pugna en la fórmula presidencial, en donde el perdedor tiene pocas posibilidades de abandonar el juego sin causar graves problemas al país y al partido.


Las posibilidades de que exista un empate hegemónico entre albertistas, sectores pragmáticos de derecha, y los grupos que apoyan la idea de“un nuevo contrato social para la Argentina” de Cristina son pocas. Alberto prometió que el regreso del peronismo iba a ser para ser mejores, por ahora, han sido peores, desunidos y sin un claro proyecto de país. El liderazgo en el peronismo no puede estar en dos cabezas que no estén comprometidas con el mismo proyecto, como lo estaban Cristina y Nestor. Fernandez, antiguo feroz crítico de la ex presidenta, tiene una enorme gratitud para con ella por su designación como presidente, pero pronto esta situación debe resolverse. Los aliados “moderados” del presidente se impacientan. Los sectores vinculados a algunos gobernadores como Schiaretti de Córdoba o el presidente de la Cámara de Diputados Sergio Massa están poco a poco mostrando su propia línea, presentando la posibilidad de un quiebre en los bloques legislativos con listas propias el año que viene.


En los últimos días, la ex presidenta ha marcado claramente el tablero con una extensa carta pública. En ella sostiene que el presidente es Alberto, lo cual quiere decir dos cosas: en primer lugar evidencia la debilidad del presidente ya que se hace necesario explicitar quién es la cabeza del estado y en segundo lugar e implícitamente, que si Alberto es el presidente, las consecuencias y responsabilidad de las políticas del gobierno son suyas. Cristina argumenta que “nosotros fuimos generosos” en el apoyo a la candidatura de Fernandez, lo que está marcando de manera clara que existe un subgrupo dentro del Frente de Todos dirigido por la ex presidenta. Al reponer su autonomía dentro del frente nos está anticipando que en caso de necesidad puede despegarse del presidente y de lo que ella denominó en su carta: “funcionarios que no funcionan”.


Los gestos hablan, y en el acto de aniversario de los 10 años de la muerte del ex presidente Kirchner, Alberto Fernandez no contó con la presencia de la viuda del mandatario. Este faltazo puede escenificar una distancia cada vez mayor. Cristina y el kirchnerismo duro están pidiendo cambios en el gabinete y una recuperación de la iniciativa política, a la vez que toman cada vez más distancia. Mientras tanto, el presidente está franqueado por la creciente crisis económico-sanitaria y por una base de sustentación política que se está reduciendo, una caída de la aprobación del mandatario y un Frente de Todos, que cada vez más es un frente de los unos y los otros.


El gobierno debe resolver su liderazgo, su genética peronista se lo pide. El “movimiento” necesita una cabeza que ordene y articule, una verticalidad de mando y unidad de régimen que mantenga junta a la tropa para poder gobernar y ganar elecciones. El peronismo unido no es derrotable electoralmente, por lo menos no lo ha sido desde 1983 (con la excepción de esa misma elección) Cuando este se parte, pierde, como en las elecciones presidenciales de 1999, las legislativas de 2009, 2013 y las presidenciales de 2015. Para gobernar el partido y la Argentina se necesita la unidad y un régimen común de ideas que si bien no sean compartidas por todos, primen y se impongan como hegemonía. El peronismo no fue democratico, ni lo será, necesita de su rey, o reina.


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