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  • Writer's pictureRyan Hillblad

El que gana conduce y el que pierde acompaña

Las elecciones ordenan los liderazgos y en particular dentro del peronismo. Como hemos discutido en artículos anteriores el peronismo históricamente funciona con una cabeza que articula el poder y los votos. El diseño propuesto por Cristina en donde el poder no está arriba sino abajo en la figura de la vicepresidenta, se comenzó a romper.


El rol de Alberto siempre fue atraer a votantes moderados y ayudar con la unidad del peronismo. En la mente de la ex presidenta si lo primero falla, que uso puede tener lo segundo, unidos pero derrotados, la ecuación no cierra. La lectura en las oficinas del Senado es clara desde su carta de 2020, “hay funcionarios que no funcionan”, lo que falla es la gestión, y sobre ello actuó la ex presidenta.


Los culpables de la derrota fueron los nuevos cuatro jinetes del apocalipsis: la peste, la crisis, los errores propios y la burbuja del poder. A los terribles efectos sociales y económicos de la pandemia, tenemos que sumarle la cantidad de errores no forzados que cometió el gobierno. El peor de todos sin duda se trató de las fotos de los festejos del cumpleaños de la primera dama en Olivos en 2020. Mientras el país languidecía en el encierro y las muertes diarias en soledad, el poder celebraba y se reunía sin tapujos. Esta es la lectura que parece haber hecho la sociedad en el cuarto oscuro.


Las disputas abiertas en el gabinete nacional prueban una cosa, Cristina está dispuesta a todo por su poder y por ganar las elecciones. Prueba de ello, es la virulencia de su ataque contra Alberto Fernandez forzando la renuncia de la mitad del gabinete y luego exhortándolo públicamente a hacerle caso y cumplir el rol que ella le encomendó. Aun así, y con los cambios de ministros que siguieron es importante no hacer una lectura lineal. No hubo un sometimiento o rendición incondicional de Alberto, por lo menos por ahora. Se logró un nuevo equilibrio hasta las elecciones de noviembre. Es cierto que Cristina avanzó sobre el Ministerio de Seguridad y de Agricultura, pero a su vez Alberto retuvo la Jefatura de Gabinete con la figura novedosa de Manzur y sostuvo a Guzman en Economía. El presidente todavía tiene un limitado pero existente grado de autonomía relativa.


Frente al avance de Cristina, el presidente se apoyó sobre los gobernadores y la CGT. Gracias a ellos, logró un nuevo equilibrio de poder. Cristina por ahora tolera el nuevo arreglo siempre con vistas a lo que ocurra en Noviembre. Sin embargo el precio por mantener el status quo se pagó en billetes, miles de millones para ser exactos, aproximadamente 1% del PIB en gasto extra. Cristina públicamente pidió más gasto público y por tanto, déficit fiscal, algo que Gusman ya comenzó a implementar. De aquí a Noviembre se va a dar una expansión monetaria muy importante, ya que Cristina considera que lo que venía haciendo Guzman no era una reducción del déficit fiscal, sino un ajuste, y los ajustes no son buenos amigos de las elecciones. Esta línea se mantiene hacia el futuro con un presupuesto 2022 que prevé un fuerte aumento del déficit.



Los votos son tiranos en el peronismo y suelen ser los que terminan carreras políticas. Esto ocurrio con Cafiero en 1989, Menem en 2003 y Duhalde en 2005. Con la derrota que sufrió el peronismo perdiendo en 17 provincias (incluyendo bastiones históricos como Chaco o La Pampa), y una sangría de más de cuatro millones de votos con respecto a 2019, la búsqueda de culpables está en el aire. Cuando el resultado final sea anunciado en Noviembre el peronismo va a poder avanzar sobre su reorganización.


Si se reedita una derrota similar o por caso aún mayor del peronismo, es probable que la ex presidenta avance aún más sobre el gabinete y trate de forzar un sometimiento más radical a su autoridad. Si lo que ella percibe como moderación ya no sirve para ganar elecciones, entonces hay que volver a las viejas recetas de gobierno. Prueba de esta lectura en ciernes son las incorporaciones de figuras como Anibal Fernandez y Julian DOminguez al gabinete, dos ex funcionarios de sus gobiernos con autoridad y capacidad de “poner orden”, como pidió el presidente hace algunas semanas.


Otro caso podría ser mejorar el resultado, quizás incluso logrando “empatar” las elecciones, manteniendo el quórum propio en el Senado y perdiendo pocos diputados. En esa circunstancia es posible que la ex presidenta trate de mantener el equilibrio ahora alcanzado, pero avanzando con más injerencia sobre las políticas a adoptar, como lo vemos ahora con su incidencia sobre el déficit y el gasto.


El gran interrogante parece ser el acuerdo con el FMI. En caso de querer radicalizarse, la épica anti imperialista, una vieja amiga, puede no ser suficiente en el clima social de apatía y pérdida de las ilusiones de los jóvenes. Hace meses que Maximo Kirchner construye puentes con la oposición para un eventual acuerdo con el FMI, ya que el organismo requerirá participación en el acuerdo de varias fuerzas políticas para una política que va a afectar a múltiples gobiernos. En caso de ser triunfadora, la oposición se comprometió internamente a no dar un cheque en blanco al gobierno. El presidente por tanto tendrá que hacer equilibrio entre el ala más radicalizada de su gobierno que no quiere un acuerdo como está planteado, y las demandas de la oposición para firmarlo. Esto es, si todavía tiene capital político para negociar.


El resultado matemáticamente se puede dar vuelta, políticamente, parece difícil. Cabe destacar que la distancia entre el oficialismo y la oposición en la Provincia de Buenos Aires fue de 370.000 votos. Los votos que fueron a otras fuerzas que no pasaron el umbral del 1,5% de las PASO totalizan 800.000, los cuales van a redistribuirse, lo que da amplio espacio para cambiar el resultado. A su vez, el oficialismo está apostando fuerte a los aproximadamente 2.750.000 votantes a nivel nacional que no votaron en las PASO, comparandolas con una elección legislativa típica. El gobierno quiere llevar a esos votantes a las urnas y dar la pelea con una ofensiva de anuncios y de trabajo territorial .


Políticamente la realidad parece ser otra. La bronca, inseguridad, crisis económica y cansancio acumulado desde 2020 indicaría que la remontada es difícil. El frenesí de anuncios como moratorias impositivas, bonos de AUH y jubilados, jubilaciones anticipadas, entre muchos otros, a tan solo 7 semanas de la votación parecen insuficientes en cantidad y tiempo para cambiar el resultado obtenido. Es probable que veamos remontadas “pírricas” en provincias como Chaco y La Pampa por ejemplo, donde el aparato estatal es fuerte y tiene mucha llegada a la gente. Pero lo más probable es que se mantenga la victoria de Juntos a nivel nacional.


La oposición desde la noche de las elecciones parece haber seguido la máxima napoleónica: “nunca interrumpas a tu enemigo cuando está cometiendo un error”. Mientras los ministros se reunían en cónclaves y conspiraciones, Juntos esperaba y cosechaba con incredulidad. Veremos en Noviembre el daño que la disputa pública por ministerios, lugares y políticas públicas ocasionó. La oposición hasta el momento parece haber logrado en parte capitalizar el descontento hacia el gobierno. Desde 2019 a esta elección, sumó 800.000 votos (recordemos que el oficialismo perdió 4.000.000), por lo que si bien sumó votos, hubo muchos votantes que se decantaron por terceras fuerzas como la izquierda o expresiones de la derecha como Milei. Con este horizonte Juntos se dispone para construir sobre la mística del gran resultado de las PASO, para sumar los votos que se pueda y consolidar el resultado.


El camino a Noviembre será frenético y desesperado, el gobierno tiene que remontar y ganar votos porque potencialmente se juega su poder de aprobar leyes. Actualmente requiere de aliados, y varios proyectos no han podido prosperar como la reforma de la Justicia, o el mecanismo de designación del Procurador. Con más bancas perdidas el panorama sería sombrío. La unidad del Frente de Todos está en juego con un claro riesgo de que se transforme en un sálvese quien pueda.


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