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  • Writer's pictureRyan Hillblad

El sol nace en el Este



En 1945 la hegemonía mundial cambió luego de una guerra, hoy lo hará luego de un virus. La primacía de Estados Unidos es historia. Vivimos ya firmemente en un mundo multipolar que tiende a gravitar cada vez más hacia Asia y lejos de la democracia liberal.


Con el comienzo de la pandemia del Covid-19 en China, muchos analistas internacionales se apresuraron en asegurar que la mala prensa proveniente de los desastres iniciales en la contención del virus y el surgimiento del mismo,harían retroceder a China en la escena internacional. Sin embargo, lo opuesto ha ocurrido.


En las crisis siempre se tiende a buscar un líder detrás del cual encolumnarse. Con la pandemia mundial, fue realmente notable la ausencia global de Estados Unidos como líder para combatir el virus efectivamente. Los Estados Unidos primero negaron el problema, y cuando ya era demasiado tarde se centraron en procurarse sus propios insumos médicos, muchas veces en desmedro de sus aliados y no salieron en auxilio de nadie. El país salió de de la Organización Mundial de la Salud dejando lugares de poder en organismos internacionales listos para ser ocupados.


China es hoy un jugador internacional fundamental por derecho propio que rápidamente salió a cambiar el discurso mediático que lo tildaba de ser el culpable de la pandemia para pasar a ser los líderes de la solución. China se ha dedicado en los últimos meses a enviar regalos con insumos médicos a países que lo necesitaban, como Italia o España, así como también profesionales en el campo y apoyo logístico. Convenientemente, el país es el principal proveedor de la mayoría de los productos médicos para combatir el virus, lo cual hace al mundo muy dependiente del país asiático. China está llenando el vacío que los norteamericanos dejaron.


La diplomacia China está cambiando de una manera muy notable. Su nueva estrategia rescata las formas tradicionales más confrontativas del gobierno de Mao Tse Tung en decir directamente lo que piensa y lo que va a hacer, dejando atrás su tradicional moderación diplomática. Quizás, la mejor prueba de esto es el hecho de que China ha dejado claro que no solo no permitirá que se lleve a cabo ninguna investigación sobre el origen del virus sino que tomará represalias contra los países que así lo impulsen. Estas no son solo palabras ya que ya luego de que Australia pidiera una comisión internacional para investigar en China el surgimiento del virus, el gobierno chino pasó a advertir a sus ciudadanos a que no viajen por turismo a Australia, ni lo elijan como destino para estudiar en la universidad, al igual que se están realizando menos compras de materias primas como la carne.


El mundo necesita de China más de lo que China necesita al mundo y esto es sabido en el Partido Comunista. A lo largo de los últimos años, la relevancia de las exportaciones chinas en su PBI a caído en importancia del 26% del total hace una década al 17% actualmente. Mientras que su consumo interno representa hoy en día el 39, 3% de su PBI. Por otro lado, Occidente tiene una gran dependencia de las importaciones chinas sobre todo en el rubro sanitario. En Estados Unidos cerca del 90% de los antibióticos proceden de China. Esta disparidad pone a Beijing en una posición de privilegio en el nuevo ordenamiento internacional que surgirá luego de que el virus desaparezca. Lo que indicaría que, mientras que el mundo se vuelve más dependiente de China, ella se independiza del mundo.


La República Popular no solo está subiendo el tono a su retórica, si no también a sus acciones. En Mayo, el Partido anunció su intención de hacer aprobar una ley de seguridad interior para Hong Kong, la cual terminaria de hecho con la autonomía del territorio. La nueva política le permitirá a Beijing intervenir en asuntos de seguridad e “interferencia exterior” pasando directamente por arriba el principio de “una nación dos sistemas”. Occidente está mirando lo que ocurre en la región con preocupación, pidiendo reconsideración e imponiendo condenas diplomáticas, todas medidas orientadas a complacer la opinión pública. Mientras que en la práctica, su silencio a la hora de tomar acciones reales es ensordecedor. China no solo está ladrando más fuerte sino que ha comenzando a morder.


Mientras tanto, los Estados Unidos se destacan por su desunión. Los conflictos internos del Imperio norteamericano cada vez son mayores, lo cual acrecienta su relativa pérdida de poder e influencia a nivel global. Al ser un año de elecciones, las miradas están puestas en la disputa electoral entre Donald Trump y Joe Biden, dos septuagenarios de cuestionable vitalidad y agilidad mental para liderar un imperio hegemónico. Las divisiones entre ambos partidos políticos son cada vez mayores y todas las cuestiones se politizan y convierten en duras batallas políticas.


Por otro lado, “el imperio” está perdiendo algo que lo diferenciaba de todas las demás naciones: su superioridad moral. Si bien a lo largo de la historia, la nación norteamericana ha cometido una gran cantidad de actos repudiables, la narrativa oficial de sus valores acompañada con acciones reales en muchos ámbitos para mejorar el mundo, solía prevalecer. Hoy, mientras una pandemia azota el mundo generando un sentimiento de unidad y solidaridad en muchos países, en Estados Unidos rugen fuertes los vientos de los odios raciales y la discriminación. La brutalidad policial y el racismo estructural del país pareciera estar llegando a un punto de ebullición nunca antes visto luego del asesinato al indefenso George Floyd en Minneapolis. Como respuesta él presidente reprime con violencia a manifestantes pacíficos para lograr rédito político y agita los conflictos raciales fracturando aún más el tejido social. Para poder mandar al mundo se necesita que la casa esté en orden y hoy, no lo esta.


Beijing mira el contexto mundial no como un escenario para convertirse en un nuevo hegemón, un nuevo amo del mundo, sino, por el contrario para ser ya definitivamente el cogobernante mundial. En los próximos años la rivalidad entre ambas naciones es más que probable que se acreciente a medida que se vayan trazando nuevas áreas de poder e influencia en una competencia de gigantes. China tiene un plan, y no tiene prisa, sus tiempos son generacionales, no electorales.


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