Mauricio Macri tiene un plan para su reelección, un plan con muchos peronistas. La candidatura muy cuestionada del mandatario se sostiene por éstos días en dos pilares principales: el peronismo dividido y la polarización con Cristina Fernández.
Desde los días de su victoria en 2015 estos principios fundamentales fueron las bases tanto de su triunfo electoral como de su estrategia para gobernar un país con minorías en ámbas cámaras. Quedó claro en los comicios de 2015 que la “ancha avenida del medio” no fue demasiado ancha y permitió llegar a Mauricio Macri a un ballotage (que de no haber existido otro candidato dividiendo el voto peronista) es posible que no hubiese ocurrido.
Durante la gestión, fue esencial tener a un peronismo partido en tres grandes facciones con los que acordar las leyes y reformas que pretendía la administración. Los grupos eran: los reformadores de Massa, los extraviados y carentes de liderazgo que seguían respondiendo a la expresidenta y los legisladores que que seguían los mandatos de sus gobernadores provinciales. Cabe destacar a los enviados de Córdoba, Salta y San Luis en el armado legislativo.
Las elecciones de 2017 vieron revivir la instancia de polarización con el “pasado kirchnerista” y la “pesada herencia” para lograr decantar una victoria contra la ex presidenta en terreno bonaerense y una gran “ola amarilla” a nivel nacional.
Meses y años pasaron; Macri necesita nuevamente al peronismo para ganar. La estrategia se divide en dos etapas: Octubre y Noviembre.
Para Octubre, y la primera vuelta, el gobierno necesita que se consolide la posición de Alternativa Federal con la figura de Massa en su interior, al igual que la candidatura de Roberto Lavagna por éstos días anunciada. Al formarse una fuerza que pueda ser competitiva en Octubre (luego de un eventual triunfo del tigrense en las PASO de su espacio), según los cálculos oficialistas significaría una división del peronismo que permita asegurar una segunda vuelta. Existe, creo yo, un miedo manifiesto en la Casa Rosada que Sergio Massa se integre de alguna forma a la fórmula Fernandez-Fernandez lo cual vaciaría de contenido a Alternativa Federal y podía llegar a significar la victoria de esa fórmula en la primera vuelta.
Hay que recordar que para ganar en primera vuelta se necesita ganar más del 45% de los votos o 40% con 10% de diferencia con el segundo. Y éste escenario no es del todo improbable sumando las estimaciones de numerosas encuestas que darían a la fórmula de los Fernández un tercio largo de los votos, más alrededor de un 10% del tigrense. Las transferencias de votos no son simples ni absolutas, pero en una elección donde los márgenes son tan pequeños, podría significar la victoria.
La necesidad de que exista Alternativa Federal es imperante y se ve reflejada en las periódicas reuniones del mandatario con el gobernador cordobés Schiaretti. Con quién, creo yo, existió un pacto por el cual la Casa Rosada no impidió la fragmentación del radicalismo en Córdoba, al declararlo “un asunto entre radicales” asegurando su victoria. Considero que ésto se hizo a cambio de un fuerte apoyo del gobernador por constituir una fuerza peronista alternativa. “El regalo del presidente” fue la gran victoria del cordobés por el 54%, pero para corresponder el mandatario debe (aún sin él mismo tener ambiciones nacionales como ha quedado claro) ayudar a reforzar el espacio integrado hasta hoy por Sergio Massa, Juan Manuel Urtubey y Miguel Ángel Pichetto, y quien sabe si aún Roberto Lavagna.
El presidente necesita que se divida el voto peronista, confía en tener un voto duro de entre el 25% y el 30% que lo acompañará de todas formas en la primera vuelta. Con la división se asegura el ballotage y luego ya habrá tiempo para salir a la caza del voto peronista disidente.
Tal es la necesidad del peronismo dividido que recientemente la Casa Rosada autorizó a que Alternativa Federal se sume en lista colectora (aún yendo en contra de un decreto firmado por Macri), teniendo a María Eugenia Vidal como candidata a la gobernación. Esto obedece a una doble lógica, la necesidad de apuntalar a Vidal frente al lastre que representa en especial en el conurbano la mala imagen del presidente, y por otro lado, dar la posibilidad a Massa de tener candidato a gobernador en la provincia y continuar siendo una fuente de poder en la legislatura provincial como ha sido hasta ahora.
Para el mes de Noviembre y el mítico ballotage, Mauricio Macri volverá a la estrategia del tándem Peña-Barba de polarizar con el kirchnerismo. Dicha tarea se ha complicado con el movimiento al pragmatismo y al centro que significa la candidatura a la presidencia de Alberto Fernández. Se ha roto la polarización perfecta y no tendremos (por lo menos formalmente) la mítica batalla entre los dos líderes de la grieta. La batalla final Cristina-Macri.
Dicho esto, considero que el gobierno se apoya en los éxitos de 2015 y 2017 en donde fue suficiente polemizar con “el pasado” y mostrar todo lo diferentes que ellos eran con respecto al gobierno anterior. Creo que el gobierno está siendo demasiado optimista.
Hay una nueva variable que no existía en las dos elecciones pasadas: la gestión. Al encontrarnos en el 2019, el presidente está terminando su mandato y el gobierno tiene una gestión a sus espaldas que no es alentadora por lo menos en términos económicos. Hay más inflación, pobreza y desocupación que en el 2015 y la clase media ha sido exprimida al máximo por los aumentos de tarifas, la inflación y la pérdida del poder adquisitivo. El tiempo nos dirá si pesa más la lógica del miedo al gobierno anterior o si por el contrario, comienzan a pesar los problemas económicos del gobierno actual.
Lo que sí queda claro es que el presidente depende cada vez más de lo que hagan los demás actores, su política por el momento se ha vuelto defensiva en lo táctico y hasta ahora depende de dividir al peronismo y polarizar con la ex presidenta. Veremos como reaccionan todos los peronistas del presidente.